Friday, February 29, 2008

Bob Dylan en México. ¡Cero fasion! Por la Comandante A

En este mundo de música guanga de niñitos chillones, de las mismas canciones recicladas hasta la náusea y de ídolos pop de media hora, siempre es refrescante un poco de actitud. Un mucho de actitud es como morir e irse al cielo. A un cielo en el que circulan los vasos de bourbon y la música no tiene concesiones en función de "lo que la mayoría quiere"; lo más cercano a este cielo pagano fue el concierto de Bob Dylan en el Auditorio Nacional de la Ciudad de México.

En el imaginario de la cultura pop, Dylan es la voz del movimiento anti-Vietnam en EU, la inspiración de cuantos jóvenes descubrieron en los sesenta que no siempre las instituciones tenían razón: no existe película, serie o documental situado en esa época que no tenga su voz gangosa recreando el sentimiento de protesta y las ganas de cambiar el mundo, o por lo menos de cambiarse la vida eligiendo opciones fuera de lo establecido. Todos hemos escuchado alguna: Blowin' in the Wind. Like a Rolling Stone. The times they are a'changin'. Mr. Tambourine Man. Todos pudimos habernos ido con la finta de que ir a un concierto de Dylan sería como ponerse flores en el pelo largo y revivir artificialmente la época en que los jóvenes se dieron cuenta de que merecían ser escuchados aunque no se vistieran de traje.

Pero vaya chasco se llevaron esos mismos nostálgicos que esperan corear Nada personal y Ev'ry Breath You Take en sus respectivas reuniones. Sí, ahí estaba el maestro Dylan. Sí, está viejo. No. Mr. Tambourine Man no apareció por ningún lado. De los viejos éxitos sólo cantó Like a Rolling Stone y Blowin' in the Wind. ¿Concesión? Los tocó de forma que quien tiene el disco de éxitos fuera incapaz de corearla. De manera que quien no conoce las letras sólo se dio cuenta de lo que cantaba hasta que aparecía el coro. La Comandante A se volvía más fan cada minuto que pasaba compartiendo el mismo espacio que ese viejo cascarrabias que no tiene ninguna necesidad de hacerse el gracioso o de decir el consabido "bueeeinassss nouchessss meeeehicoooo" que la mayoría de angloparlantes memorizan un par de minutos antes de salir, y que el público servil agradece como si el papanatas en cuestión hubiera pagado la deuda externa.

Durante escasas dos horas Dylan fue desgranando las palabras de canciones en las que se muestra como lo que es: un hombre viejo, un músico viejo, para ser más exactos. Alguien con toda la experiencia, con unos músicos de primerísima calidad. Con las suficientes historias como para distanciarse del joven desarraigado y mostrarse como el bluesman de la voz cascada que genera un ambiente de intimidad, como de bar de carretera, hasta en las filas de los que no somos amigos de Sergio Mayer.

Desde el principio Dylan ha mostrado que es posible saltarse el deber ser y mantener una carrera musical digna: ¿Un icono del pop feo? Sí ¿Cantar canciones larguísimas con estrofas poéticas y mensajes políticos, y volverse emblemático? También ¿Voz gangosa, pésima técnica vocal? Ajá ¿Un viejo que en este mundo mediático de "menores de 25" se da el lujo de no hacer concesiones? Por supuesto.

El Maestro Dylan demuestra de esta manera que él es un músico que sigue activo, no una máquina de éxitos del pasado, y que si la gente va a verlo es para escuchar lo que tiene que decir en este momento de su vida. Se da a sí mismo el respeto que merece quien lleva más de cuarenta años figurando en el mundo de la música como un artista, no como un mero entertainer. ¿Necesitan más razones para admirar a alguien? Yo no. Lo único que hizo falta en este concierto fue el bourbon.