Wednesday, January 17, 2007

LOS DEMONIOS QUE LLEGARON DE ORIENTE

POR LA COMANDANTE A.
PUBLICADO EN INVASION! NUM 2
MEXICO D.F. 2002


Desde la década de los setenta y ochenta, cuando las televisiones occidentales fueron saturadas de anime, hasta la locura Pokémon de hace un par de años, una constante en la presentación de las caricaturas niponas es la horda de padres que se quejan por la cantidad de atrocidades que absorben sus retoños todas las tardes.


Los motivos de las quejas no varían en mucho: violencia innecesaria e insinuaciones sexuales son los primeros en aparecer, sin olvidarnos de la enajenación adictiva que presenta el infante en cuestión, que lo lleva a desear, a necesitar su caricatura en cualquier presentación dentro y fuera de la pantalla (léase figuras de acción, tazos, estampas y todos los etcéteras imaginables).

Ahora, ¿no resulta curioso que SIEMPRE las quejas vayan contra las caricaturas japonesas?, ¿qué no se dan cuenta esos papás que se rasgan vestiduras cuando los hijos ven batallas entre robots de que ellos llevan años tan contentos viendo cómo las caricaturas Warner y Disney se surten de golpes, y que ni siquiera tienen la justificación de hacerlo para salvar al mundo? Además, tal vez no haya una carga erótica evidente, pero conozco muy pocas personas que no imaginaron situaciones de pareja entre los personajes, por ejemplo, de Scooby Doo.

Así que, ¿qué es lo que han hecho Pikachu y Mazinger para ser vistos como una especie de pase directo a la perdición de las almas infantiles? Simplemente, vender: vender la caricatura y toda la parafernalia que ella incluye, pero además, vender una alternativa a la producción norteamericana.

El caso más fuerte en tiempos recientes de estas ventas estratosféricas es evidentemente el de Pokémon, que bajo el mando del adorable Pikachu sedujo literalmente A TODO EL MUNDO, Unión Americana incluida. Cualquier niño con tele era capaz de recitar los nombres de los cientocincuenta pokemones iniciales, y sabía a la perfección su especie y sus evoluciones, así como la manera de luchar para aumentar la colección. Además, las posibilidades de poseer a los pokemones (cuyo número aumentaba casi mensualmente) fueron ilimitadas: cualquier formato era susceptible de pokemonizarse.

No había comenzado esta moda cuando ya había cientos de organizaciones poniendo el grito en el cielo por la enajenación de sus hijos, por las horrorosas enseñanzas que transmitía el susodicho programa (como la idea de que un niño se saliera de su casa a recorrer el mundo). Sin duda, la crítica más encantadora fue aquélla, publicada en un periódico NORTEAMERICANO (la tierra del consumismo desmedido), que se horrorizaba ante la idea de inclulcar desde tan pequeña edad la codicia y la necesidad de acumular pokemones... hombre, claro, ¿cómo pokemones y no dólares?

No sé por qué me imagino que lo que en realidad debe haber molestado a estas asociaciones made in USA es la cantidad de parafernalia de la película de Disney de ese año (creo que fue Tarzán) que por culpa de Pikachu y compañía se quedó en los estantes de las tiendas... El golpe al ego que sufrió el país que ostenta el monopolio del entretenimiento animado al verse superado de tal forma, con sus propias armas, es lo que los llevó a satanizar al enemigo (¿remember Harry Potter y la pérfida INGLESA que está haciendo tanto dinero a costa de llenar de brujería las inocentes mentes de los niños USA?).

En un mundo que ya había recibido y asimilado los valores del american way of life llegó de repente una especie de invasión, con Astroboy a la cabeza, que comenzó a filtrar, por la misma vía mediática, un sistema de valores que en muchos casos no son compatibles. Fue una especie de contraataque, en el mismo tenor de estrategia comercial que anteriormente había hecho indispensables los blue jeans y el ice cream soda, para ir familiarizando a los occidentales, desde niños, con cosas como el rito del té o la comida con palillos. O con actitudes como la del respeto a la vida en comunidad, a las figuras de edad, contrapuestas al individualismo, a las relaciones de acuerdo al dinero, al privilegio de la eterna juventud.

Así que tal vez los golpes sin sentido de los chicos Warner o Cartoon Network SÍ son para salvar al mundo, a su mundo de self made men que nunca envejecen y que comen hamburguesas enfundados en Levi's.

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